martes, 11 de octubre de 2011

Ciudades y ciudadanos de la estética

La ciudad moderna  nace dentro de una concepción de sociedad homogénea centrada en la identidad de la mismidad, orientada por los grandes metarelatos, y desde esta perspectiva se organizaba y generaba modelos de comunicación correspondientes a los paradigmas y categorías de la modernidad, específicamente la cultura popular y la cultura clásica o “elitista”.
Pero iniciando el último cuarto del siglo XX la caída de los metarelatos, los paradigmas modernos y la explosión de la diversidad étnica y cultural imprimieron un sello de fragmentación y descentración de la identidad de los sujetos y las sociedades visibilizando las diferencias hasta ahora marginalizadas.
Una de las una de las consecuencias del desencanto con los partidos políticos y el remezón crítico de las esperanzas emancipatorias, que explotó con todos los movimientos que marcaron lo que ya genéricamente se conoce como Mayo del 68 en el que participaron grupos de personas de diversa identidad, fue el nacimiento de los llamados movimientos sociales que en el entretanto se han venido consolidado sino como una opción política firme si como una posibilidad de reivindicar derechos étnicos, etarios, de género y opción sexual, etc., y hasta la llamada postmodernidad o modernidad radicalizada, desde una profunda fragmentación del sujeto social.
Estas empezaron a reorganizarse de manera lenta y dificultosamente  conformando una sociedad heterogénea que aunque todavía no encuentra una vía clara y precisa para configurarse plenamente como una sociedad cuya identidad esté basada en la diferencia y no en la mismidad, si reclama afanosamente espacios comunicativos alternos que respondan a los fenómenos socio políticos y culturales que están construyendo su historicidad y recojan la memoria de los acontecimientos que se dan en el mundo de la vida.

La  concepción de la ciudad y la forma de habitarla igualmente han cambiado. Decía Heidegger, el filósofo de la Selva Negra, que no construimos la ciudad para habitarla sino que la habitamos para construirla, y la emergente ciudad del siglo XXI pareciera empezar a darle razón. De la ciudad homogénea estamos pasando a una ciudad habitada de manera heterogénea, que obliga a hablar de una ciudad compuesta de diversas ciudades.
La ciudad se ha convertido en gran texto interactivo que es escrito por los sujetos, pero que a su vez escribe ella a los ciudadanos. El texto de la ciudad abarca hoy distintos discursos, étnicos, etarios, sexuales y culturales que coexisten divergiendo, convergiendo y, a veces, sobreponiéndose en un  complejo palimpsesto cuyas voces polifónicamente evidencian los fragmentos ciudadanos que tejen hoy las relaciones intersubjetivas.
Rota la cadena significativa que unía estos fragmentos en la serie de pasado, presente y futuro, como consecuencia del ritmo alocado que el sistema impone, la ciudad  del siglo XXI deviene entonces en espacio estético. En espacio para que puedan cohabitar simultáneamente, no sucesivamente, los fragmentos que somos y la consecuente fragmentación de la ciudad; estético, no porque esté llena de arte urbano y demás producciones culturales, sino porque el ciudadano que produce estas expresiones va buscando su morada en las formas simbólicas y sus procesos de significación.

Los invito a escribir sus blogs sobre estos temas, para debatir sobre la construcción de la ciudad contemporánea y poder avanzar en su comprensión  y en la reflexión sobre el lugar de los derechos humanos dentro de estas perspectivas. 

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